viernes, 18 de noviembre de 2016

Dieciséis.

Busco refugio en canciones que ya no me hacen sentir lo mismo, desesperadamente trato de invadirme de todas aquellas emociones que me hicieron creer que estaba muerta en vida y que, de algún modo, se sentía mejor que estar "viva" de verdad. 
Intento recordar cómo se sentía tener dieciséis, pero en aquél entonces estaba enamorada y rota; lo que me impulsaba a continuar era eso: mi corazón roto, lleno de esperanza. Porque sí, estaba dolida, necesitada y sola, pero estaba viva. Tan viva que todo lo sufría con gusto.
Han pasado casi cuatro años desde que cumplí dieciséis, y a pesar de que no me creo distinta, lo soy. No estoy enamorada, no estoy rota. Estoy "viva", pero no me siento así. Qué masoquista de mi parte, creer que el sufrimiento es bello y anhelarlo sobremanera, ¿no? Pero así es. Necesito el dolor. Necesito sufrir. No soy nadie sin ello, porque "sin dolor, ¿cómo conoceríamos el placer?". 
Sé que no puedo volver a enamorarme de la manera en la que lo hice en aquellos días y sé que no volveré a sentirme así: rota.
Algunas veces creo que voy en busca de éste sin reconocerlo, tengo esa necesidad de hacerme sentir mal a mí misma, no controlo las ganas de tirarme al piso a llorar por situaciones que no deberían herirme, porque no es necesario sentir dolor. Pero lo hago, porque "creo" que lo necesito. Es, una especie de equilibrio. Estoy tan bien, pasando mi vida con mi continuo estrés, que de pronto necesito ser lastimada. Recordarme que puedo sentir aún. Y aquí viene, la mayor revelación: Soy yo, me hiero yo misma. ¿Por qué? Porque no quiero que alguien más lo haga. Yo sola puedo con esto. No quiero cederle el poder a nadie más. Porque, aquí viene la mayor contradicción: Tengo miedo, miedo de sentirme tan llena de dolor irremediable como el que sentí a los dieciséis. 
Sí, adoré sentirlo. Sobreviví. Pero no lo quiero más, no lo quiero de vuelta... Y al mismo tiempo, lo añoro. ¿Cómo es eso posible? Es la ironía de mi vida. No soy blanco o negro. Soy ambos, un bonito y gélido gris. No voy a tomar una decisión: esa es mi decisión. Aprendí (o aprenderé) a quererme, a quererme bien. Y a pesar de querer el sufrimiento, se siente bien no tenerlo de manera constante. 
Quiero dejar de romantizar el dolor, pero no puedo. Hay cosas a las que estoy tan acostumbrada, que olvido que sólo porque son hábitos, no significa que sean buenos. Quiero ser buena, con dolor o sin él.
¡Oh! Y para mi buena suerte, hay más canciones. Miles de ellas, canciones brillantes, que llegan a mi vida como oportunidades perdidas o experiencias no vividas, llenándome de sentimientos totalmente desconocidos y maravillosos. 
Así que sé que no es el final. Es sólo el principio de la persona que comienzo a ser por ahora: Una mujer de casi veinte años, en busca no de un vida o un sufrimiento constante, si no de ella misma.
"Para merecer, hay que sufrir tantito".

viernes, 16 de septiembre de 2016

Opening.

No logro entenderlo, miro fijamente hacia la nada y todos mis pensamientos parecen estar cobrando vida. Puedo sentir los recuerdos en mi piel, mientras escucho a  Arctic Monkeys. No puedo hacer más que pensar, en cómo todo parece ser igual, sin embargo, todo es distinto; yo ya no tengo dieciséis años, debo dejar ir aquéllos días... pero, ¿cómo? Esa es la cuestión.